[A mi padre, el ayudante de mi mamá]

Él llegó a nuestras vidas cuando yo tenía 6 años. 

Apareció con su bigote -que aún conserva-, su risa escandalosa -tampoco la ha perdido- y su voz ronca. Se quedó con mi mamá y conmigo y con el tiempo me regalaron dos hermanas.

No fue fácil para ninguno de los dos acomodarnos. Y no precisamente en los primeros años, sino de mi adolescencia en adelante. Incluso tuvimos nuestros años de guerra fría. Ahora veo hacia atrás y sí, es cierto, le debo mi esencia a mi mamá, pero muchas cosas las he aprendido de él. 

Es un héroe, entre mi hermana -que es la esencia de mi papá- y él siempre me rescatan. Da muy buenos consejos y no solo a mí sino a mis amigos. Es malicioso, usa sombreros. Es filósofo y es bien inteligente. Sobre todo está loco, pero loco, pero loco.

Le gusta cantar, siempre quiso que aprendiéramos un instrumento, a mí el piano, mi hermana el violín, la menor cantaba. Sin embargo, se le deshizo el grupo, tal vez con la nueva generación tenga éxito. Le gusta la cocina: se especializa en sopas, ensaladas y últimamente encurtidos. Eso sí, cuando cocina usa miles de trastes, así que cuidado al que le toque lavarlos. Repara todo, ahí anda inventando, mi mamá le dice Ciro Peraloca. Y siempre pasa construyendo. La casa siempre está en remodelación. 

¡Ah mi papá! Está loco y en realidad no podría ser de otra forma. 

Admiro su paciencia, sus inventos, su sentido del humor, su aventura, el brillo de orgullo en sus ojos cuando ve a mis hermanas, a sus nietos y a mí, no siempre, pero hay momento en los que sí se le nota la felicidad por su legado. Gracias, pa, por quedarse y echar raíces.

¡Feliz Día del Padre!

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