Ana María Nafría, los inicios del Magus Civis Mundi


Bajo el árbol más grande del parque, yacía cada vez que necesitaba salir a despejar su mente mientras los niños jugaban hasta desfallecer por el cansancio decía más o menos la tercera y última oración que tenía analizar sintácticamente en mi parcial final de Gramática Superior. Me jugaba el 40% de la nota total si fallaba.


Evento de ingreso a la Academia Salvadoreña de la Lengua


A Ana María Nafría, la profesora de esa materia, la conocí en un interciclo. Acompañaba a una amiga a la clase de Lingüística I, yo entraba como oyente. Y mientras ella explicaba el uso del determinante “el” para sustantivos femeninos cuando estos empezaban con una “a” tónica [el águila], un préstamo del latín y sus determinantes femeninos originales, sentí mariposas en el estómago, tuve una Epifanía, una revelación divina, un punto de quiebre en mi vida y una visión de la vorágine que sería mi vida.

Esa noche llegué a casa y le confesé a mi madre: Voy a estudiar filología, pero voy a terminar primero comunicaciones. 

Sí, ella hizo que me enamorara del español y del francés. Ella es en gran parte la responsable de que yo sea Magus Civil Mundi, un mago de las palabras. Ella representa una gran parte de mis mediaciones. Además es un gran pilar de mi construcción actual.

Ana María Nafría era, es y será una leyenda en la carrera de Comunicaciones de la UCA y creo que en la de Letras. 

Como toda leyenda, circulaban mitos sobre la catedrática y la mujer como ella siempre viste de negro para los parciales para dar más miedo; dicen que una vez se desmayó y cuando volvió en sí siguió dando la clase; que alguien dijo que color era verbo y ella indignada la retó con un "conjúguemelo" y entonces "yo color, tú color, él color, nosotros colorea…”; que solo la pasaba o el 40% o el 30%; cuando era vicerrectora académica se equivocó de carro y que le abrió y se lo llevó, al regresar al parqueo había un gran relajo porque la verdadera dueña pensó que se lo habían robado, o que llegaba los domingo a dar clase y que la universidad estaba cerrada.

Año 2 de la carrera de Comunicaciones, mi primer encuentro real con Ana María Nafría en Gramática Superior. Eran 3 secciones, los rumores decían que otro profesor daría una de ellas, la 2 o la 3. Yo necesitaba reencontrarme con ella, así que -incluso dejando a mis amigos de lado- la inscribí en la sección 1. Y sí, acerté. Ahí estaba ella.

Recuerdo que le pedí prestado el cuaderno a una amiga de tercer año para prepararme -el que aún conservo y que no pienso devolver-. Devoré su libro de lengua española. Analizaba oraciones en la pizarra de mi casa, babeaba en cada explicación que ella daba y, a veces, mientras esperaba el bus, conjugaba verbos en condicional como propondría, propondrías, propondrías…

Lloré amargamente cuando vi mi nota final, la pasé, pero no era excelente. Me sentí defraudado, le había fallado a la gran maestra. 

Sin embargo, resarcí mi pecado y me convertí en su instructor, por dos años seguidos. El último fue instructoría pagada. La catedrática pedía al departamento a ese estudiante, pues le parecía que era el indicado para apoyarla en su materia. ¡Se imaginan el honor!.  Con la colega instructora molestábamos: cuando yo esté en la Real Academia…, a lo que yo contestaba claro, pero yo estaré en la Academia Francesa.

Y sí, era un poco despistada. Cuando nos presentó a mis otros colegas instructores con sus alumnos, olvidó mi nombre. Y él es…, … el "chele” y desde entonces así me decía.  Otro día llegué a su cubículo y me preguntó: ¿Sí, qué deseaba?. Y yo por dentro llorando: Soy yo, Milton, su instructor, su chele. 

Además de inteligente, tenía un sentido de la moda intachable. Siempre elegante, siempre sencillamente arreglada. Siempre olía bien y su cubículo también olía a ella. Era una mezcla de flores y dulce. Siempre afable, directa y “correcta” como diríamos.

En mi primer año de instructor, Ana María Nafría me recomendó como corrector de estilo para Apex BBDO. Me contrataron, pero los horarios no me permitían estudiar. Lo tuve que rechazar, aunque les dejé la prueba para la plaza. Tres años después me volvió a llamar, me recomendó de nuevo y está vez sí acepté. Pasé mi propio examen.

Tres meses después me cambié de corrector a redactor creativo y aún sigo en estos lados, conceptualizando, haciendo magia con las palabras.

Cuando me gradué, me regalé la Gramática Descriptiva de La Lengua Española en 3 tomos. Fue mi premio, por mi esfuerzo y porque pensé que la lingüística sería mi camino. Pero la vida da vueltas y bueno, sí, ajá.

En mi almuerzo de graduación, tuve el honor de su presencia, junto a Carmencita, como muestra de mi respeto y admiración por esas grandes maestras. De vez en cuando, al llegar a la UCA, la iba a buscar a su cubículo para saludarla o a dejarle algo, sobre todo para su cumpleaños.

La última vez que la vi fue cuando ingresó a la Academia Salvadoreña de la Lengua, en 2011. Compartí con ella ese momento. La veía y me preguntaba ¿Se puede ser más grande todavía? 



A Ana María Nafría le debo y le agradezco tanto.

Gracias, Ana María Nafría, sí, así completo, porque ella es una institución con sus dos nombres y apellidos. Gracias por enseñarme a amar el español y el francés, a querer aprender latín, griego, náhuat. Gracias por todas las oraciones que aprendí, por los tiempos conjugados, por las subordinadas y las coordinadas, por las cajitas de análisis… Gracias por enseñarme a amar el salvadoreño, a buscar los porqués de nuestras construcciones, a encontrar lo bello de lo nuestro. Gracias por unirme con dos grandes amistades: Mi Marga y Mi Fer. Gracias por creer en mí y recomendarme en una agencia de publicidad, y aquí sigo. Gracias por enseñarme a hacer magia con las palabras, por formar a este Magus Civis Mundi.

Gracias por haber tocado mi vida tanto académica, profesional como personal, cuando sea grande quiero ser como usted. Todavía me debo la filología francesa, pero ya le voy a poner fecha.

Gracias infinitas y un abrazo luminoso hasta donde esté, hoy, conjugando nuevos verbos en tiempos olvidados y otros que no existen. 

¡Gracias, maestra! 

Pido a los lectores analicen una oración compuesta o simple, con cópula o no, en honor a Ana María Nafría.


P.D. Aún sigo preguntándome si “yacer” es cópula.

P.S. Este texto ha sido revisado mil veces para evitar errores de redacción y ortografía, si encuentra alguno pido encarecidamente me lo haga saber para corregir de inmediato. Gracias.

Comentarios

  1. Todos la admirabamos. Su analisis sintáctico nos acompañara toda la vida.

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