[frente al espejo]

un pequeño ronquido, regular y suave, determinaba que el cuerpo que estaba a la par aún dormía plácidamente. por el contrario su cuerpo se deslizó abajo de las sábanas, salió del edredón y empezó sigilosamente a buscar sus cosas.


se puso la ropa interior, su subió el pantalón y se escabulló entre la puerta que con la prisa del momento había quedado medio abierta o medio cerrada. 


encontró el resto de la ropa y los zapatos entre el sofá y la mesa de la sala, entre la cocina y el televisor. terminó de vestirse. entró al baño, encendió la luz y se estudió detenidamente en el espejo. sintió vergüenza y la culpa le revolvió el estómago que de inmediato buscó la taza del sanitario, pero solo fueron las ganas, no logró sacar de su sistema más que unas cuantas lágrimas por el esfuerzo hecho.


regresó el rostro al espejo, como pudo se recompuso la cara con una sonrisa descarada y lastimera, se limpió los ojos, suspiró para agarrar valor y apagó la luz.


cerró la puerta sobre su espalda. caminó hacia el ascensor con esa necesidad de salir huyendo. entró y en la soledad metálica vinieron unos cuantos sollozos que se transformaban en risa para no perder la compostura. saludó al vigilante del edificio y se tiró hacia las calles, solas, de un domingo a las 5 de la mañana.


caminó lo más rápido posible, necesitaba sentirse en un lugar seguro, en su cama para poder pensar o para poder dejar de pensar.


¿qué había pasado? - se preguntaba -. se había fallado de nuevo, había violado el juramento, no más, no más se había repetido, se había convencido, pero más se había tardado en decirlo que en romperlo. seguía caminando con los brazos cruzados y cada vez los apretaba más en un intento fallido de abrazarse para evitar llorar a medio camino.



llegó a su casa, entró a su cuarto y se envolvió en medio del edredón, por más que lo intentó se durmió entre lágrimas. el sol entraba fuerte por la ventana y la humedad se convertía en vapor. no había más remedio que levantarse. y así lo hizo.


entró al baño, se lavó la cara, pero encontró todavía secuelas de culpa. después de la tercera pasada de jabón seguía aquella mirada perdida y aquella mueca torcida de la boca. una cuarta lavada y brotaron las lágrimas sin control. sabía que había sido juego de una noche, de nuevo, que no habría más llamadas, que no habría más holas, ni sueños, ni nada que se le pareciera. siguió llorando hasta que la pupila se le dilató por completo y se dio cuenta de que había olvidado sacar el corazón. 

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