[las llamadas]

abrió los ojos, despacio, muy despacio y sintió su cara quemándose por el sol, un dolor de piernas y un vacío tan grande que le traspasaba el alma. a eso se sumaba el sabor amargo de la cerveza, el vino, el ron y el vodka combinados con el aliento mañanero. se percató de pronto de que estaba en el piso helado, donde se había quedado después de que el cansancio de la borrachera y el del llano por fin habían vencido su voluntad.


trató de levantarse pero su cuerpo no respondía, a penas movió el cuello y después de cinco intentos fallidos se desparramó aún más por el suelo. simplemente logró alejarse del sol.


boca arriba, el mareo atacó y se le revolvieron los sesos con las imágenes del día anterior. ¡qué buena fiesta y qué manera más amarga de terminar! dos llamadas desde el más allá, desde ese pasado oscuro que intentaba no recordar, habían desmoronado su confianza y habían hecho explotar el baúl de papel bond donde guardaba sus peores demonios. la caída fue inminente.


la primera llamada, la de la medianoche, fue el principio del fin. 


después de discutir un poco las libertades de ambas partes y las razones por las que no podían estar juntos, incluidos deslices, mentiras y amor de arrebato, la soledad desató su furia y solo consiguió mermarla con sacrificio de besos, caricias y palabras incoherentes en el sofá oficial de la fiesta. la noche terminaba y los invitados iban desapareciendo uno a uno. el rito también finalizó, no pasaría más allá, no esa noche, no en ese estado, no con esa rabia.


la segunda llamada fue el tiro de gracia, certero y elegante. la voz al otro lado del aparato sonaba adormilada, ajena y aturdida, no solo porque el alba estaba a punto de llegar, sino por el tiempo de ausencia de sus voces.


dos preguntas con sus dos simples respuestas bastaron para despotricar con el mundo, para sacar a gritos al remanente de los invitados que tomaban los últimos licores. y sin más, el llanto brotó y sin más el vacío le oprimió el cuerpo hasta que dobló uno a uno sus huesos hasta quedar sobre el piso...


y ahí, sobre ese mismo lugar, horas más tarde, con desfachatez la soledad regresaba a hacer de las suyas hasta que de nuevo entre lágrimas y sollozos el sueño llegó para acariciarle un poco el alma.

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