[29 historias de amor: el real]
¡guácala!, pensó cuando descubrió los calcetines rotos y los zapatos desgastados de adentro de su amante.
sabía que lo quería, había soñado con él tantas veces, le había escrito poemas, cuentos y aventuras. es más no se explicaba qué hacía en su cama 8 años después de haber iniciado una relación accidentada con espacios de ausencia e inexistencia. había sido su primer príncipe azul alcanzable y por alguna extraña razón estaba esa noche entre sus brazos con alguna posibilidad de terminar aquella historia. pero no. la iba a finalizar ahí mismo después de que acabaran el uno en el otro.
se puso su sudadera roja y salió a su casa. en la parada del metro, volvió a revivir con detalle cada momento, cada palabra mientras una sonrisa tonta se dibujaba hasta que se cortó por una mueca de asco cuando recordó el descubrimiento de los zapatos y los calcetines.
entonces repasó uno a uno los romances fallidos y los no tan fallidos, entonces mientras el metro hacía una estrepitosa parada llegó cual epifanía la respuesta: le-ten-go-mie-do-al-amor-real.
y en efecto, siempre había huido en ese preciso instante en que se caía la magia. huyó de aquel gigante cuando se cansó de su tartamudeo, de este porque tiraba la toalla para secarse los pies, de otro porque dormía con una camiseta agujerada las noches que no hacían el amor, de aquel caballero inglés por los pelos de su perro en la cama, de aquel señor porque se le caía demasiado el pelo, de aquel muchacho porque sudaba excesivamente -en su opinión- en la cama, del divorciado por su vajilla antigua, del vecino porque no le gustaban las canciones que cantaba mientras se duchaban...
y así la lista de defectos cotidianos absurdos que le molestaban crecía. entonces entendió cuál había sido su problema todo este tiempo.
salió del metro, subió la calle empinada y deseó enamorarse de nuevo. pero ese amor prefabricado y burgués con fuegos artificiales iluminando los besos, con estrellas fugaces cuando se agarran las manos abajo de la mesa en la cenan o entre la oscuridad del cine. o ese amor alcohólico que termina cuando empieza la goma del día siguiente y no se sabe quién está al lado. o bien ese amor de vacaciones entre camas de hotel, entre gente desconocida, entre maletas medio hechas y medio deshechas.
se acostó en su cama, abrazó su almohada y suspiró: guácala, qué asco el amor real.
sabía que lo quería, había soñado con él tantas veces, le había escrito poemas, cuentos y aventuras. es más no se explicaba qué hacía en su cama 8 años después de haber iniciado una relación accidentada con espacios de ausencia e inexistencia. había sido su primer príncipe azul alcanzable y por alguna extraña razón estaba esa noche entre sus brazos con alguna posibilidad de terminar aquella historia. pero no. la iba a finalizar ahí mismo después de que acabaran el uno en el otro.
se puso su sudadera roja y salió a su casa. en la parada del metro, volvió a revivir con detalle cada momento, cada palabra mientras una sonrisa tonta se dibujaba hasta que se cortó por una mueca de asco cuando recordó el descubrimiento de los zapatos y los calcetines.
entonces repasó uno a uno los romances fallidos y los no tan fallidos, entonces mientras el metro hacía una estrepitosa parada llegó cual epifanía la respuesta: le-ten-go-mie-do-al-amor-real.
y en efecto, siempre había huido en ese preciso instante en que se caía la magia. huyó de aquel gigante cuando se cansó de su tartamudeo, de este porque tiraba la toalla para secarse los pies, de otro porque dormía con una camiseta agujerada las noches que no hacían el amor, de aquel caballero inglés por los pelos de su perro en la cama, de aquel señor porque se le caía demasiado el pelo, de aquel muchacho porque sudaba excesivamente -en su opinión- en la cama, del divorciado por su vajilla antigua, del vecino porque no le gustaban las canciones que cantaba mientras se duchaban...
y así la lista de defectos cotidianos absurdos que le molestaban crecía. entonces entendió cuál había sido su problema todo este tiempo.
salió del metro, subió la calle empinada y deseó enamorarse de nuevo. pero ese amor prefabricado y burgués con fuegos artificiales iluminando los besos, con estrellas fugaces cuando se agarran las manos abajo de la mesa en la cenan o entre la oscuridad del cine. o ese amor alcohólico que termina cuando empieza la goma del día siguiente y no se sabe quién está al lado. o bien ese amor de vacaciones entre camas de hotel, entre gente desconocida, entre maletas medio hechas y medio deshechas.
se acostó en su cama, abrazó su almohada y suspiró: guácala, qué asco el amor real.
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