{:buenos días, senior:}

el vacío sonó detrás de la puerta y a los instantes apareció un joven alto, desenfadado, blanco, descalzo, que con una cálida sonrisa lo invitó a entrar. se dirigieron a la terraza con dos copas de vino y un par de cigarros.

el domingo transcurría con letargo, incluso la lluvia caía parsimoniosa, casi en silencio, casi imperceptible, casi sin querer; sin embargo entre los errores del francés, malas conjugaciones en inglés y comparaciones con el español, el tiempo transcurrió más risueño y las gotas más simpáticas.

de pronto él le robó un beso.

media hora más tarde, la vista con ganas de irse pero con la curiosidad de recuperar lo que le habían hurtado procedió también a sorprenderlo. se puso de puntillas, alcanzó la boca y lo hizo. un robo desencadenó otro y otro y otro y luego otro y más hasta que la pena por tanto crimen se fue ahogando entre las sábanas, a veces con prisa y otras con la calma de :está empezando el mundo:

terminaron. se levantaron y compartieron risas bajo la ducha y así con abrazos, ponchos y toallas la situación se trasladó de nuevo a la cama.

esta vez sentados, uno encima del otro, se sujetaban por los brazos y piernas, intentando entenderse en cualquiera de los dos idiomas dominantes y comiendo poco a poco los labios del otro hasta que se concentraron en degustar la piel. el visitante -que había llegado con nula expectativa- empezó a bajar sus defensas para dejarlas pegadas sobre el otro y a derretir los iceberg cada vez que le sacaba un escalofrío a su compañero.

la luces de la piscina se colaban en medio de las cortinas y la música sonaba arrulladora junto a las respiraciones agitadas y los ecos de los besos regalados, pero el cansancio de la 1.50 a.m. empezó a hacer mella hasta que abajo del edredón se quedaron plácidamente dormidos.

por la mañana, el invitado escuchó un :buenos días, senior: y en ese preciso instante se tiró sin paracaídas.

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