Y concluyó...

Meditando detenidamente el asunto, llegó a la conclusión de que fue quizá un error. El plan salió de maravillas, quizá salió tan bien que se salió de control.

¿Por qué siempre tenía que soltar las piernas y la lengua con un par de botellas de vino? Lo primero -aunque más común- es más controlable que lo segundo.

Estaba consciente de que había soltado más información de la necesaria después del coito, que se había hundido y había revuelto una situación que se había quedado enterrada. Pero esa maldita costumbre de desnudar el alma entre las sábanas había hecho mierda cualquier posibilidad de reconquista y ahora pasaba a formar parte de la lista de cuerpos que pasaban por esas estancias.

¿Por qué no conformarse con el contacto del cuerpo, con las caricias, con los saltos de corredor, con las arranques de ropa, con las perdidas de ropa interior, con los besos prestados?

No, no, no.

No fue suficiente ser superficial. Tuvo que sumergirse en el corazón y traerlo a flote, incluso lo trajo a flor de cama, lo puso y lo abrió y lo examinó con detalle. No ganó aliados, al contrario perdió y quedaron expuestos los esqueletos que guardaba concienzudamente en el armario, quedaron desatadas las locuras que había logrado adormilar.

No había respuesta alguna, todo seguía igual como antes de ese día. Las copas amanecieron vacías y se dieron cuenta de que solo había sido un sueño o una pesadilla, un intento fallido, una mala experiencia.

Respiró, no quería llorar, mejor se resignó, suspiró y concluyó: ¡Creo que al final todo salió peor...

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